lunes, 17 de agosto de 2009

¿Origin-Ario yo? No, yo soy original.

¡Oh qué será qué será!
que no tiene gobierno ni nunca tendrá
que no tiene vergüenza ni nunca tendrá
lo que no tiene juicio.
Chico Buarque

El apellido del firmante se corresponde con el de una ciudad de Tarragona, Cataluña. Por las causas de la melancolía el Serfardí cargó con el toponímico para su prolongado destierro como un Adán porteño que se apellidase “Buenosaires” cuando la va de extranjero. Entonces Moro (cho), Español y Chancho en el principio (Que es así como ofendían por entonces los españoles al judío).
Los portugueses como se sabe fueron los primeros que hicieron de los africanos comercio y de allí viene mi madre que es Gudigno. Es decir, si me sigue, vengo a ser luego lusitano, berberisco y zulú, si no molesto.
La madre de mi madre Teodolinda Barletta La Roca dí Nápoli, por Calabria, bella y brava. La de mi padre Ríus Bedoya, de eufónica resonancia borgiana cuya ascendencia india mejor que la desteja el diablo y héteme aquí entonces algo criollo. Y éste es sólo el comienzo, aunque no me extiendo: la volatilidad del polvo es fortuna de la que todos sabemos...
A propósito, así se inicia nuestra historia, no la mía, la de occidente digo, porque el primer cornudo auténtico fue el Rey Minos, el melampo, que quiere decir pie negro, al que para simplificar amigos y conocidos lo llamaban con su hipocorístico: el negro Minos. Una vez, un dios vanidoso e imprudente le obsequió al cretense un toro blanco para que los sacrifique en su honor. Su esposa Pasifae, es decir “La Reina Mina”, le rogó que lo ocultara y que en su lugar matase a otro. El toro era tan bello y de recursos tan nobles que el rey aceptó de inmediato. El dios con rencor castigó a la mujer: la condenó a amarlo. Presa de una pasión inexplicable… En fin, ella lo logró.
El Rey no remitió al Ceprocor el ADN, el engaño era notorio y así mismo al engendro que ostentaba la cabeza de un toro lo apellidó Mino-tauro, porque “El negro” era valiente. Después pasó lo del laberinto y eso y lo otro que pregúntenselo al demonio.
De todas las “Minas”, Pasifae fue la más papa: no sólo nos dio los cuernos sino que también nos colocó el “blanco” y en cierto modo nos aclaró el aspecto, aunque sobre éste punto todas las opiniones son diferentes.
Es así que la cuenca del Mediterráneo, el Mare Nostrum de los romanos, es un mestizaje innumerable y no quiero fastidiar con detalles de etnias aunque temo que no me acrediten. Baste saber que nosotros, los europeos transatlánticos fuimos aún más mestizados por el aporte de nuestros tributarios nativos; que la tauromaquia comenzó en creta y que El San Fermín es orgía universal además de un laberinto en el que aún hoy el mino-tauro toma desquite.
Lo que vienen es nada más que reseña de algunas de las razas purísimas que de norte a sur recelan de la originareidad de ésta demarcación austral comúnmente denominada Argentina: Los Diaguitas, los Capayanes, los Omaguas, los Apatamas, los Tonicotes, los Lules, los Vilelas, los Huarpes, los Ologastas, los Comechingones, los Sanavirones, los Pilagas, los Tobas, los Mbayas y Payaguas, los Abipones, los Mocobíes, los Guaraníes, los Chana, los Kaingang, los Charrúas, los Coroados, los Camperos, Los Gualachi, los Ibirayará, los Chonik, Tehulches y Onax, los Yamanas y los Alacalufes, los Queraníes, los Araucanos o Mapuches y los Atacamas.
Sucede que esas tribus no abonaban al concepto de “Nación-Estado” con el que la avidez mercenaria justificó el robo y la devastación. El reclamo está aún en sazón porque en coincidencia, argentina jamás llegó a constituirse en tal cosa y nada indica que llegará a hacerlo. Es decir que estamos en el brete no solo las razas puras primigenias sino que todas las tribus mestizas del mundo entero que se han asentado en estas tierras. De ello da testimonio la música de su flolclore: apenas el “Carnavalito” tiene acordes y tradición precolombina, el resto es español, polaco, frances, asiático, africano, en fin: universal.
Para cerrar se me ocurre que los hombres tenemos la costumbre de perder el día acentuando contrastes y promulgando diferencias: ese fue el criterio adoptado para la constitución de “la realidad”. Para fortuna durante las noches la oscuridad nos orienta en el sentido inverso igual que a Pasifae, como si una fotosíntesis de las razones aplazara detalles. Y durante el descanso, para bien y para mal, prístino garante de la pureza de la raza humana, el amor cunde.


Salvador Héctor Tortosa
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viernes, 7 de agosto de 2009

Invierno

El pueblo se intimida y durante esos días no se habló de otra cosa. Dos crímenes distintos pero con rasgos de saña que les da un virtual parecido. Dos mujeres jóvenes, con hijos, una de ellas embarazada. Tenemos la impresión de que quedamos a merced de la peste, de un frío inusual y de la maldad desaprensiva de los forasteros.
Los minutos desde entonces son páginas de un periódico nuevo en el que las noticias se pregonan con voz al cuello entre los barrios y los negocios del centro. El auto, las prendas, el rastro de un sospechoso, el aljibe yermo. Luego los videos, las declaraciones de familiares, el complicado último, la detención de un marido.
La constitución no indica que haya un “cuarto poder” que sea la sumatoria de los tres primeros y entonces el articulista no sojuzga tampoco. Apenas si refleja la perplejidad de otra coincidencia posible: ¡sendos tan prójimos…!
La peste cesó sus flechas, el frío amainó en su empeño y completos de congoja y de propósitos nuevos cada cual quedó otra vez a merced de su apartado destino. Los dioses presiento aún no parecen estar convencidos porque quizás no entendemos: el mundo no es “lejos”, el mundo no es mucho más monstruoso que nosotros mismos.