jueves, 28 de abril de 2011

El aviario

Resulta que por fin y durante unos cuantos meses el año anterior pude obtener de las gallinas una moderada cantidad de huevos los que rompí y afecté en modo directo nada más que para mi sustento. Por unos pocos granos de avena, maíz y mezcla las aves prorrogaban sus vidas y me daban a cambio algo de vitaminas y proteinas en unos envases oblongos y calcáreos que contenían un mucílago viscoso y unas pelotitas del color del oro con el tamaño del sol en el centro. Un negocio redondo sospecho en el que nos indultábamos y asistíamos a la mutual de la supervivencia sin ultimarnos. Algo personal entre bípedos a donde la humanidad poco tenía que hacer y aunque estimo en mucho a mi género con el correr del tiempo voy despojándome de todos los términos de intercambio a excepción de la escritura y el correo. La mía es una especie muy interesante cuyo acontecer merece de la mayor atención y respeto y no niego que en la feria y al menudeo es la única legión del bestiario que también suministra buen sexo pero me alejo y tengo motivos
Fue a partir de febrero que comenzó una escasez en el aviario y la causa era que las ponedoras mudaron los hábitos y se aplicaron a esconder. Husmee y tropecé con varios racimos dispersos amparados por la zarzaespina, los recogí y los comí a todos y luego no hubo más. Pero como permanezco mucho en el gallinero haciendo nada descubrí la razón: las ponedoras estaban cluecas y los cobijaban lo que es extraño por tratarse de una genética manipulada para dar y no para procrear ni aposentarse a holgazanear durante treinta días distraídas de los términos convenidos en las condiciones del intercambio. Resignado me consolé en la bonanza de una dieta de verdura, legumbre y leche que carecía de los perjuicios del colesterol. Así es la nave de los huesos si el viento sopla da bueno y si no sopla da mejor lo importante es no hundirse y estar atento a la destemplanza en mar abierto. Pero el alimento era insuficiente porque Dios es más apto y atento con el que dispone de traslación en tanto que a los vegetales hay que velarlos y están a merced de la cizaña, el clima y la química monumental de mi vacancia ya que ellos en sí son tan quietos en lo que a propósitos respecta como yo mismo lo soy.
Pasaron muchos días y demandé información en cautiverios. Reforcé el forraje, trasladé establos, construí perchas pero a quien le preguntaba ansioso, me apaciguaba canchero que era época de recambio y cualquier avisado entiende que un desplumado al final de la estación mengua la puesta. Menguaba, es cierto pero en el predio era desolación la carencia. Tras vigilancia activa desestimé gatos zorros perros culebras y también aparté del hato a los pollos ovicidas con la treta de esparcir óvulos adquiridos y observar cuáles a picotazos atinaban a zaherir la siembra. Nada. Hasta que una siesta en la que alentaba el despegue del seto con plegarias secretas oí que a mis espalda sacudían una bolsa con mucha fuerza. Al girar no distinguí enseguida porque no buscaba algo preciso ni me presumía poseedor de bien tan legendario orientado a ser extinto. El saurio era espeso, de unos ochenta y cinco centímetros con lunitas blancas sobre uniforme oliva. Su cola dejó de latiguear la tierra me miró oblicuo alerta y quieto desde muy abajo con el parpado entreabierto , completó la media vuelta y se escabulló en la zarza el subrepticio. De inmediato reuní las ponedoras, recogí los óvulos fecundos y trasladé el conjunto hasta una altura inalcanzable. No lo comenté porque temí que en la noche el vecindario con hachas y palos se viniera descontento igual que en aquel mentado caso del entrecosido transilvano concebido y muerto en la noche por obra y capricho del fuego poderoso eterno.
El problema era serio; desconocía un modo de parlamentar con comedor tan dispuesto tan resuelto tan esquivo tan hambriento como el lagarto overo. De inmediato recurrí a Olmedo puntero defensor del medio, forrajero y huevero antiguo que por cuestiones sociales almuerza cabrito adobado pero sin contrariedad ni remordimiento porque delega la criminalidad en el matarife que es un insensible desgraciado enfermo el furtivo. A mi desconsuelo ignaro elevó su índice de prevaricador ateo y en condena a mi avidez ovípara enarcó sus cejas y enalteció la virtud de la poiquilotermia que aplaza el metabolismo para los días tibios de modo que habemus ovo este inminente invierno pontificó el mamifero vegetariano deshonesto que alterna principios inquebrantables con abundante licencia de feriados omnívoros.
La desesperación siempre me había llevado a colisionar con asesores extraviados que venían a desesperación de contramano y a los que al fin de cuenta socorrí mucho sin obtener nada a cambio y más aún todo lo contrario. Nada podría aprender que no proviniese de mi propio culto concluí afligido y retorné por la solución del asunto al sagrado establo de mi desdichado santuario.
Con las perillas de sus doseles nictitantes el overo atenuó la luz de mayo y se sumergió en el mantillo a donde no hay conciencia ni apetencia ni remordimiento y fue entonces que otra vez emergió el huevo. Mientras y para conservarme a floté medré con una ingesta similar a la de patos, gallinas y gansos que es como decir incas, europeos y chinos: maíz, arroz íntegro, avena, alfalfa y trigo .
Todo propendía a andar bien, el lagarto dormía las ponedoras ponían y la inversión comenzaba a rentabilizar en alimento, pero a contraluz del ánimo el desánimo es el pábulo ordinario a campo abierto porque descubrí que el gallo cebado sisaba en el rinde. Era el desafiante un engendro de las factorías un híbrido ya viejo diseñado para el sacrificio de la jornada cuarenta al que le rehuían las gallinas por el exceso del peso y al que le fui aplazando los términos por la razones del canto y la inercia del acostumbramiento. Era el arrogante la encarnación del entusiasmo y de un contento que lo duplicaba en volumen y lo normalizaba luego nada más que para la estridencia de un grito que encendía la galaxia y lo ponía todo a funcionar. ¿A dónde arraigaba, cuál era el ancla de la voluntad de alegría de este condenado prisionero invento de la cacerola, el horno, y la parrillada argentina? Más grande, más confiado, más valioso y más afín a su género que yo al mío sólo lograba equilibrarme con él en la determinación de su hábitat y en la dosificación de la ingesta. Pero ahora, se estaba comiendo los huevos. Me di cuenta porque el veterano escolta de los angurrientos venía cansino, con desgano, si es que lo hacía, al turno de la ración
No abrigué esperanza de que el artífice del tiempo regurgitara las crías ni repusiera los días de vigilia que me había hecho perder y lo exilié. Librado del asilo el filicida se aficionó al regreso. Con el espolón me sajó el flanco aleteo hacia el serrallo fui tras él le acerté un machetazo en el gaznate y tres segundos después comenzó a arder.
A tres segundos de perder la cabeza recién entendió el gallo que acababa de morir y durante un minuto y medio porfió a ciegas que era posible ver, sostener el equilibrio, correr, agitar las alas, librarse de mí y coronar de sangre y desencanto el reino del aviario para que supiese el universo del verdugo quién era el hacedor de los crepúsculos, quien el reloj quien la añagaza del alba el celador de la noche el clamador puntual del atardecer.
No es lo mismo faenar acopio que ultimar en lid, hay dos modos de ser que es no más que dos modos morir, eso dijo, fue lo último que dijo, lo último que dijo que logré entender. Después lo desplumé, lo herví lo procesé y en ceremonia solemne lo comí. Con una manta en el hombro por una botella de vino preservada me llegué al sótano. y tras los vapores nictitantes del alcohol resguardado de la nieve bajo tierra me dormí