lunes, 9 de abril de 2012

Malvina

Si es verdad que existe una nación, y que la integridad y soberanía de la misma depende de la inclusión de dos islas de mierda, se las pueden perder bien en el culo, porque no me entra en la cabeza, que la casa común que es un país, dependa de la bandera de los borrachos del tablón, de una medalla olímpica, del portazo espectacular hacia otra nación extranjera, del reconocimiento internacional barato y no de una administración correcta, del funcionamiento de los caminos, y de los servicios públicos, del resguardo de las fronteras, del adiestramiento y la fabrilidad de un pueblo y del cariño solidario entre sus habitantes. No es ni humano ni razonable, que la fraternidad tan soñada y apetecida, tenga lugar, se conciba, sólo con la invención de un enemigo, en la gestación de un conflicto, como una maravilla de la camaradería de trincheras. Supuesto el caso, de que las Malvinas fueran en efecto ya, entermamente argentinas, seríamos entrenados desde chiquitos, en el rencor de otra carencia, tal como la falta de un cacho más de Antartida, la navegailidad del bermejo, una fracción fronteriza disputada, la extensión de la superficie submarina o la puta de Helena de Esparta, que se la robó uno de Ilios. Toda nación, todo grupo, se constituye en el entendimiento e intercambio realista, recíproco y trasparente de las necesidades y capacidades de sus componentes, en el curso del tiempo, en forma imperceptible, casi desapercibida.
Estamos trabajando con prejuicios erróneos. Toda organización viva, toda persona, agrupación o estado, se constituye en el arte de combinar la relación con el aislamiento. Nada que carezca de consistencia orgánica interna, imperio sobre sí, puede imperar ni ejercer comercio, ni dominio hacia lo externo. Si se presta atención, desde Babilonia y más atrás, la capacidad de expansión, procede luego de la conformación de una "lengua", es decir, cuando primero, una cierta cantidad de personas, logran comunicarse y organizar sus rutinas de supervivencia, entre ellos. No al revés. Que se padezca el infortunio de ser humillado, no se repara con el sacrificio de ser un muerto heroico.

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